Este libro contiene un paseo por la geografía emocional de la
República Dominicana. Su autora, Patricia Báez Martínez, recurre a sus vínculos
entrañables con las localidades donde ha
vivido para referir hechos capturados durante su infancia y primera
juventud y que se agitaban en su conciencia buscando una salida. Cuenta sus
historias como ficción, pero dice que
han partido de hechos reales.
Ha querido ser sincera, más trasparente
de lo que se le puede requerir a un cuentista. Al autor de cuentos
nada lo obliga a revelar la veracidad de sus historias, nada le impide atrapar lo que ocurre a su alrededor para
referirlo como ficción y transformarlo
en obra de arte. Sobre todo si el hecho
narrado entraña rareza, ingrediente básico en la obra literaria.
Siempre habrá que repetir que en el cuento realidad y ficción se abrazan como entes
análogos, de origen común. Ocurre en matemática con la ley de la suma: solo se
suman elementos afines u homogéneos. El círculo incluye el dicho del novelista Gustavo
Flaubert: “La forma sale del fondo como el calor del fuego”.
Sorprende y agrada que una
escritora de este tiempo narre cuentos
ambientados en el campo sin recurrir a lo que los críticos han
llamado “ruralismo”.
“Juancho del Orbe era un joven
campesino próspero, acostumbrado a esperar los primeros rayos del sol en la
enramada que le servía de cocina, atado a su jarro esmaltado, sorbiendo el
retinto café” (pág. 19).
A menudo la temática rural ha
sido menospreciada por escritores contemporáneos, que dan por superada esta
tendencia, como si la vida del campo se
hubiese extinguido, como si nada allí ocurriere: ni amores ni dolores ni ambiciones ni pasiones.
Patricia Báez Martínez narra los hechos y los interpreta y así deja filtrar reflexiones sobre el
devenir social: amores frustrados, relaciones forzosas, injusticias y desigualdades y la persistente preocupación
por la problemática femenina. Se refiere al dolor, el amor, el desamor…la vida
humana. “Era un dolor viejo y maceraba hasta no sentirlo, hasta ser una
cicatriz reseca e indolora” (pág. 22).
La autora de este libro –qué bueno– da muestra apreciable de respeto por nuestro idioma y revela inclinación por el bien decir, por el uso de la lengua, no solo para
comunicar, sino también para provocar emociones y halagar el buen gusto.
Cuando se leen estas historias se percibe el rozamiento de las ruedas
del tren de Sánchez mientras se desplazan sobre los rieles. Las referencias a
este medio de transporte, que bien funcionó en la primera mitad del siglo
veinte, son parte de las obsesiones de Patricia Báez Martínez, y a la vez
expresiones de los recuerdos acumulados
durante la niñez de uno de sus personajes. “No había escuela sin tren, pues los
casi diez kilómetros de distancia entre la casa y la escuela obligaban a cruzar
las vías, ya sea desiertas o ya con la
mole de hierro encima” (pág. 31).
Patricia ha encontrado en el cuento
vía adecuada para expresar
sus ideas sobre la relación hombre–mujer o ideas políticas liberales. Pese a la brevedad
del volumen, es recurrente, como eje aglutinador, la relación hombre–mujer. De ahí derivan los matrimonios
o concubinatos de mujeres con hombres de
mayor edad y mentalidad esclavista, vínculos maritales fundados sobre la desigualdad, pues hay una
dependencia económica de la mujer, conminada a convivir con un sujeto a quien
no ama. Por eso aparecen también las historias de mujeres que se marchan, que
ocultan su equipaje lleno de frustraciones hasta el último instante a
escondidas del compañero que funge mejor de verdugo que de marido.
“Y allí, sentado en el comedor, se quedó Narciso Mateo, perplejo: con
su casa, sus muebles, su vieja jeepeta en la marquesina, decena de botellas de
whisky y cerveza vacías debajo del fregadero y en el patio…” (pág. 67).
La autora ha salido airosa del primer desafío como cuentista: disponer
de hechos dignos de ser contados, que
merezcan la atención de los otros. Se narran acontecimientos nuevos, nuevos
aunque no sean recién ocurridos, sino nuevos para el oído o la vista del
receptor.
Las acciones cotidianas tienen un lado de rareza y novedad. Nuestra
autora ha probado saber encontrar esa faz novedosa de los hechos. Ha
encontrado sus tramas y personajes, sobre todo en las pasiones y manías
humanas: celos, amor, odio, envidia, miedo, codicia, concupiscencia. Toda
inclinación patológica hacia una actividad, por cosas materiales o por cuestiones ideológicas puede provocar
en el individuo acciones fuera de lo
común y por tanto, dignas de ser contadas.
Es lo que ha hecho Patricia Báez Martínez en Burbujas en el tiempo, una
valiosa forma de iniciar la carrera literaria. Los invito a leer este libro,
una auténtica incursión en la dominicanidad.
Rafael Peralta Romero
Diciembre de 2017
Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Lengua
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