(Cuento de la autoría de Patricia Báez Martínez que será incluido en su libro 'Burbujas en el tiempo').
Estoy aquí
Uno entre tantos
En espera de las nerviosas manos que me rescaten
Que me sacien con el dulzor
De la boca que se asome al borde
Y me afluya, trago a trago, sorbo a sorbo
Y me muerda, desprevenidamente, sin pensarlo siquiera,
Y grabe sus huellas en mi canto, como chupones.
Uno entre tantos
En espera de las nerviosas manos que me rescaten
Que me sacien con el dulzor
De la boca que se asome al borde
Y me afluya, trago a trago, sorbo a sorbo
Y me muerda, desprevenidamente, sin pensarlo siquiera,
Y grabe sus huellas en mi canto, como chupones.
Continúo aquí, en espera de los ojos que dediquen una mirada
-primero escrutadora y luego decepcionada- a mi túnel cónico.
De las manos que me lancen al asfalto de la Duarte con París o la París con Duarte –anyway-,
del agua lluvia cargada de partículas tóxicas que me obligue a correr
cuneta abajo, a veces rezagado en una esquina,
otras detenido por un montículo de cartones de jugo, fundas de galletitas y arena con escupitajos, hasta caer en el abismo o lo que queda de él,
deslizarme antes en su cascada y caer girando como la flor del roble.
Allí dentro el sonido del agua es ensordecedor.
En un rápido vértigo me deslizo por la oscura cañería.
A veces un rayo de luz que se cuela por el hueco de otro abismo
que dejó de serlo desde el momento mismo de mi caída en desgracia.
Voy más que corriendo, el agua y su fuerza expansiva me llevan a millón.
Transcurren minutos, quizás horas, que parecen interminables en ese asqueroso y oscuro túnel. Al fin una pequeña luz que se va agrandando en la medida en que el agua me empuja.
-primero escrutadora y luego decepcionada- a mi túnel cónico.
De las manos que me lancen al asfalto de la Duarte con París o la París con Duarte –anyway-,
del agua lluvia cargada de partículas tóxicas que me obligue a correr
cuneta abajo, a veces rezagado en una esquina,
otras detenido por un montículo de cartones de jugo, fundas de galletitas y arena con escupitajos, hasta caer en el abismo o lo que queda de él,
deslizarme antes en su cascada y caer girando como la flor del roble.
Allí dentro el sonido del agua es ensordecedor.
En un rápido vértigo me deslizo por la oscura cañería.
A veces un rayo de luz que se cuela por el hueco de otro abismo
que dejó de serlo desde el momento mismo de mi caída en desgracia.
Voy más que corriendo, el agua y su fuerza expansiva me llevan a millón.
Transcurren minutos, quizás horas, que parecen interminables en ese asqueroso y oscuro túnel. Al fin una pequeña luz que se va agrandando en la medida en que el agua me empuja.
¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!
Soy lanzado a una superficie azul y amplísima no sin que
antes la presión y fuerza del agua que me traía me zambullan, pero emerjo, y me
doy cuenta de que no sucumbí, porque estoy destinado a emerger, a resistir.
Floto, planeo el agua, que es salada, y el candente sol me plancha contra ella.
Después de esos besos, de esos sorbos, del vahído del abandono, estoy a la deriva
en una inmensidad que desconozco y desconsuela.
Algo me pica el trasero y se aparta, vuelve y me lo pica y se aparta. ¿Qué es?
Mientras, una sombra planea en redondo sobre mí y, de repente, se lanza en picada
Viene hacia mí, me atravesará con esa puya evidentemente asesina.
Floto, planeo el agua, que es salada, y el candente sol me plancha contra ella.
Después de esos besos, de esos sorbos, del vahído del abandono, estoy a la deriva
en una inmensidad que desconozco y desconsuela.
Algo me pica el trasero y se aparta, vuelve y me lo pica y se aparta. ¿Qué es?
Mientras, una sombra planea en redondo sobre mí y, de repente, se lanza en picada
Viene hacia mí, me atravesará con esa puya evidentemente asesina.
¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyy!!!
¡Plash!
El agua salta sobre mí, me zambulle, emerjo y me lleva para
allá y para acá y de aquí para allá.
Me mareo, pero puedo ver que la cosa grande lleva algo aprisionado en la puya asesina
Y ese algo brilla a la luz del sol y se mueve oscilante queriendo zafarse de la puya en cada oscilación.
Todo ha sido muy rápido, apenas lo puedo comprender.
Sigo a la deriva y me encuentro frente a frente con alguien
que se autopresenta y dice llamarse ‘Doña Hez’.
Mirándome por encima de los hombros (tiene sus motivos para presumir, pues como me narró, ella tiene su origen en la máquina más perfecta, la Superian, la cual inventó la máquina que me creó a mi), insufla aire y me explica que estamos en la mar y que ambos somos desechos de los Superiores, solo que yo soy de los peores porque no me degrado (todo un contrasentido ¿No?).
Mientras, se pavonea de un lado a otro porque –como dice ella- es una basura bioló…
No termina bien de decir la frase y una boca dentada se abre desde el agua y la engulle.
“Adiós, Doña Hez”, atino a decir con el hilo de voz que aún conservo sin proponérmelo.
Me mareo, pero puedo ver que la cosa grande lleva algo aprisionado en la puya asesina
Y ese algo brilla a la luz del sol y se mueve oscilante queriendo zafarse de la puya en cada oscilación.
Todo ha sido muy rápido, apenas lo puedo comprender.
Sigo a la deriva y me encuentro frente a frente con alguien
que se autopresenta y dice llamarse ‘Doña Hez’.
Mirándome por encima de los hombros (tiene sus motivos para presumir, pues como me narró, ella tiene su origen en la máquina más perfecta, la Superian, la cual inventó la máquina que me creó a mi), insufla aire y me explica que estamos en la mar y que ambos somos desechos de los Superiores, solo que yo soy de los peores porque no me degrado (todo un contrasentido ¿No?).
Mientras, se pavonea de un lado a otro porque –como dice ella- es una basura bioló…
No termina bien de decir la frase y una boca dentada se abre desde el agua y la engulle.
“Adiós, Doña Hez”, atino a decir con el hilo de voz que aún conservo sin proponérmelo.
El sol ahora quiere morir, veo sombras negras que surcan la
otra mar de un extremo a otro rompiendo la monotonía y el leve sonido del agua
que me sustenta, mientras yo sigo a la deriva, no puedo hacer nada, porque nada
depende de mi voluntad.
Me duermo no sé por cuánto tiempo, y un golpe seco en el borde me despierta.
“Perdón, debí quedarme dormido”, le digo a la chata que ni atención me pone, absorta en sus jipidos.
Esta dice llamarse ‘Chancleta’ (a secas, no tiene título nobiliario) y no para de llorar.
Me cuenta que tiene una hermana gemela y que su madre pensaba hacer un viaje en yola a otra isla, pero que fue lanzada a las aguas.
En el forcejeo perdió a su hermana y a la madre, ambas a la vez.
Dice que es muy joven, que la adquirieron precisamente para el viaje, que tiene toda una vida por delante, pues aún no tiene un pincho atravesado en la banda para funcionar, pero que sin su hermana gemela no vale nada, que terminará -con la mejor de las suertes- fundida y convertida en neumático.
La invito a que flotemos juntos, a lo que de manera automática dice sí entusiasmada
como si hubiese estado llorando solo para llamar mi atención.
Me duermo no sé por cuánto tiempo, y un golpe seco en el borde me despierta.
“Perdón, debí quedarme dormido”, le digo a la chata que ni atención me pone, absorta en sus jipidos.
Esta dice llamarse ‘Chancleta’ (a secas, no tiene título nobiliario) y no para de llorar.
Me cuenta que tiene una hermana gemela y que su madre pensaba hacer un viaje en yola a otra isla, pero que fue lanzada a las aguas.
En el forcejeo perdió a su hermana y a la madre, ambas a la vez.
Dice que es muy joven, que la adquirieron precisamente para el viaje, que tiene toda una vida por delante, pues aún no tiene un pincho atravesado en la banda para funcionar, pero que sin su hermana gemela no vale nada, que terminará -con la mejor de las suertes- fundida y convertida en neumático.
La invito a que flotemos juntos, a lo que de manera automática dice sí entusiasmada
como si hubiese estado llorando solo para llamar mi atención.
Vivimos la noche a la
deriva
En la inmensidad atravesada por la claridad lunar
Saltando de ola en ola
Confiando nuestros sueños truncos a las estrellas,
Únicas confidentes de los náufragos.
El otro océano empieza a metamorfosearse
De negro se va difuminando a gris
Por un extremo se tiñe de un rojo intenso
Como las cerezas que antes saciaron mi ser
En los tiempos de los labios, los sorbos y los chupones.
En la inmensidad atravesada por la claridad lunar
Saltando de ola en ola
Confiando nuestros sueños truncos a las estrellas,
Únicas confidentes de los náufragos.
El otro océano empieza a metamorfosearse
De negro se va difuminando a gris
Por un extremo se tiñe de un rojo intenso
Como las cerezas que antes saciaron mi ser
En los tiempos de los labios, los sorbos y los chupones.
“Va a amanecer”, dice Chancleta sin que le pregunte y
rompiendo un silencio ritual que se impuso entre ambos sin acuerdo previo.
Estamos mudos ante la presencia inagotable y mutable de la naturaleza ignorada.
Llegan los destellos de luces anaranjadas, luego las amarillas, y con ellas el calor.
A estas horas ayer estaba en la esquina de una intersección:
Los bocinazos desesperados, el intermitente sonido del guayahielo del frío-friero:
“Oyeeee. Lo tengo de frambuesa, chinola, limón, jagua…”
El “parque-Marión-universidad”, de unos tígueres enganchados en rectángulos rodantes.
El murmullo de abejón que se consolida a retazos de cientos de voces que tratan de sobrevivir al silencio que impone el hambre.
Allí estuve yo, pero hoy estoy aquí, a la deriva y con una marca que delata mi pecado.
El agua nos lleva y nos trae, no podemos hacerle resistencia.
Nuestra única voluntad posible, es mantenernos unidos.
Veo a un grupo y me voy acercando, hablan entre ellos, parecen planear algo.
Estamos mudos ante la presencia inagotable y mutable de la naturaleza ignorada.
Llegan los destellos de luces anaranjadas, luego las amarillas, y con ellas el calor.
A estas horas ayer estaba en la esquina de una intersección:
Los bocinazos desesperados, el intermitente sonido del guayahielo del frío-friero:
“Oyeeee. Lo tengo de frambuesa, chinola, limón, jagua…”
El “parque-Marión-universidad”, de unos tígueres enganchados en rectángulos rodantes.
El murmullo de abejón que se consolida a retazos de cientos de voces que tratan de sobrevivir al silencio que impone el hambre.
Allí estuve yo, pero hoy estoy aquí, a la deriva y con una marca que delata mi pecado.
El agua nos lleva y nos trae, no podemos hacerle resistencia.
Nuestra única voluntad posible, es mantenernos unidos.
Veo a un grupo y me voy acercando, hablan entre ellos, parecen planear algo.
“Yo quiero llegar a la
orilla, porque sé que allí me recogerán y tendré la oportunidad de otra vida”,
vaticina una botellita de agua abollada.
“Yo quiero seguir flotando y llegar hasta Miami, en esta isla la cosa está muy dura”, dice una destemplada funda plástica llamada ‘Gracias por su compra’.
“Jeg ønsker å gå tilbake til Norge, sikkert er min femledede mester ute etter at vi skal fiske sammen…”, habla sin ser entendida una bota nórdica de voz ronca y envejecida que es rápidamente interrumpida.
“Yo quiero llegar a la orilla, estoy segura que algún indigente me necesita para entrarme en su saco de corotos”, gritaba por encima de todos un plato plástico que más tarde me contó que terminó en la mar porque el río entró a la casa de su dueña y se llevó de un solo golpe de agua la casita. No sabe qué ocurrió con ella, sólo recuerda sus ahogados gritos de auxilio en medio de la noche y la anchura del río. “Tanto que se la daba y no sabía boyar”.
“Bueno, a mí me da igual porque yo no tengo quién me extrañe, era parte de un gran árbol y de tantos choques contra los arrecifes fui reducido a un palito seco y descortezado. Me da lo mismo quedarme aquí, solo o en esta isla artificial que hemos formado, o terminar en la orilla, hasta que un viejo pescador me recoja y me eche a una hoguera que le cocinará un locrio de pica-pica a orillas de la playa”.
“Un momento, compañeros y compañeras, no deben olvidar que en la unidad está la fuerza, debemos continuar así como estamos: Unidos, y formar una gran unidad, una gran confederación de basura, no importa nuestro origen y el motivo que nos trajo hasta aquí, lo importante es la fuerza que nos mantiene unidos y determinar nuestro objetivo, que debe ser la existencia libre y soberana, el autogobierno, la conformación de otro territorio en base a los desperdicios de aquellos que dicen ser Superiores, que nos usan y nos lanzan, porque al crearnos se autoproclaman dueños de nuestros destinos. Mientras más grandes seamos, menos mar tendrán ellos…”
“Yo quiero seguir flotando y llegar hasta Miami, en esta isla la cosa está muy dura”, dice una destemplada funda plástica llamada ‘Gracias por su compra’.
“Jeg ønsker å gå tilbake til Norge, sikkert er min femledede mester ute etter at vi skal fiske sammen…”, habla sin ser entendida una bota nórdica de voz ronca y envejecida que es rápidamente interrumpida.
“Yo quiero llegar a la orilla, estoy segura que algún indigente me necesita para entrarme en su saco de corotos”, gritaba por encima de todos un plato plástico que más tarde me contó que terminó en la mar porque el río entró a la casa de su dueña y se llevó de un solo golpe de agua la casita. No sabe qué ocurrió con ella, sólo recuerda sus ahogados gritos de auxilio en medio de la noche y la anchura del río. “Tanto que se la daba y no sabía boyar”.
“Bueno, a mí me da igual porque yo no tengo quién me extrañe, era parte de un gran árbol y de tantos choques contra los arrecifes fui reducido a un palito seco y descortezado. Me da lo mismo quedarme aquí, solo o en esta isla artificial que hemos formado, o terminar en la orilla, hasta que un viejo pescador me recoja y me eche a una hoguera que le cocinará un locrio de pica-pica a orillas de la playa”.
“Un momento, compañeros y compañeras, no deben olvidar que en la unidad está la fuerza, debemos continuar así como estamos: Unidos, y formar una gran unidad, una gran confederación de basura, no importa nuestro origen y el motivo que nos trajo hasta aquí, lo importante es la fuerza que nos mantiene unidos y determinar nuestro objetivo, que debe ser la existencia libre y soberana, el autogobierno, la conformación de otro territorio en base a los desperdicios de aquellos que dicen ser Superiores, que nos usan y nos lanzan, porque al crearnos se autoproclaman dueños de nuestros destinos. Mientras más grandes seamos, menos mar tendrán ellos…”
“Siiiiiiiiií”, algunos corean.
“…también menos
comida, porque los peces morirán atrapados y contaminados por nuestras
compañeras las latas. Y lo más importante: Los de las guayaberas rameadas y las
cámaras dejarán de venir a estas playas porque sus cortantes proas no podrán
quebrantarnos como hasta ahora lo han hecho de una forma arrogante y
prepotente, nos atascaremos en los
motores y los ahuyentaremos, entonces
viviremos tranquilos, como amos y señores de esta vasta superficie que ellos
ignoran y solo utilizan para deshacerse de nosotros”.
Unos síes no convincentes y unos puños levantados, obtuvo el
discurso de la líder ‘Lata de soda’.
Un compañero se acercó a mí y me contaba su travesía cuando
una gran ola reaccionaria nos atrapó a todos conspirando y nos zambulló, la
fuerza de la ola me empujó a la orilla. Ya no vi más ni a ‘Chancleta’ ni a ‘Plato
Plástico’. Olas menores me siguieron sacando a la orilla sin poder evitarlo. Era
el naufragio del naufragio. Los rayos de luz eran intensos pero podía ver la
arena, rocas y montones de compañeras y compañeros que esperaban en la playa por su destino
final.
Pasé horas en un constante vaivén de olas hasta que al fin éstas me escupieron y quedé rezagado en la arena, mareado, aturdido. La brisa me fue secando y arrastrando. Estaba más magullado que cuando me lanzaron a la cuneta. Si antes culpaba de mi mala suerte a quien me lanzó al asfalto, ahora ¿A quién culparía de los nuevos daños? ¿Qué juez me escucharía?
“Ven, arrímate a nosotros, no temas, que si te acercas mucho a la orilla terminarás naufragando de nuevo. Aquí estamos a salvo”, me dijo un vaso plástico a quien un Superior le clavó los dientes y tiró, causándole un desgarro de principio a fin que lo inutilizó para siempre. Había una gran multitud, casi llenábamos toda la playa, parecíamos el público de un concierto de Pink Floyd en Latinoamérica.
Pasé horas en un constante vaivén de olas hasta que al fin éstas me escupieron y quedé rezagado en la arena, mareado, aturdido. La brisa me fue secando y arrastrando. Estaba más magullado que cuando me lanzaron a la cuneta. Si antes culpaba de mi mala suerte a quien me lanzó al asfalto, ahora ¿A quién culparía de los nuevos daños? ¿Qué juez me escucharía?
“Ven, arrímate a nosotros, no temas, que si te acercas mucho a la orilla terminarás naufragando de nuevo. Aquí estamos a salvo”, me dijo un vaso plástico a quien un Superior le clavó los dientes y tiró, causándole un desgarro de principio a fin que lo inutilizó para siempre. Había una gran multitud, casi llenábamos toda la playa, parecíamos el público de un concierto de Pink Floyd en Latinoamérica.
“Yo sé que voy a estar
aquí (mira con cierto aire de superioridad) solo hasta mañana, porque alguien vendrá a recogerme. Todavía soy útil”,
decía una botellita de agua saboreando con regusto su última palabra.
Una risa sarcástica soltó el plástico de lo que una década
atrás fue un obsoleto radio, que con un lenguaje mordaz le espetó: “Cualquiera cree que es en una limosina que
te van a recoger, muchacha, aterriza que es en un camión; te van a meter en un
saco, y tardarás días allí encerrada, hasta que llegues a una fábrica donde te
clasificarán. Si llegas sin abolladura ni rasguño, te reusarán, pero si llegas
con daños, que es lo más probable, te van a dar candela hasta perder tu
curvilínea figura y terminarás siendo cualquier cosa, menos lo que hoy pregonas
ser”.
Me fui alejando del barrullo, así como la tarde fue cayendo y
la brisa me iba secando. A veces algún Superior quería bajar a la playita a ver
la mar, pero cuando nos veía allí congregados se atemorizaba y daba media
vuelta y se iba, se aterraba como si nosotros tuviésemos poder, el poder de
devorarlo. ¡Ahhhhh! Si supieran que aún después de lanzarnos seguimos
dependiendo de ellos para nuestro destino final.
Se me escapa un suspiro de resignación sin poder evitarlo y,
de repente, algo me arropa, me oprime, siento asfixiarme, me lanzan contra una
pila de maderos y palos secos, me apiñan en el centro junto a otros compañeros
de plástico, lanzan un líquido hediondo sobre todos nosotros y unas manos
tratan de encender fuego muy cerca. Podemos ver el primer intento frustrado y
suspiramos en medio de inútiles gritos de auxilio, vuelven a intentarlo, pero
la brisa vuelva a actuar a nuestro favor. Un tercer intento ¿Será la vencida? Es
hora de despedirme de este mundo, de mi corta existencia. Cierro los ojos y me
dejo llevar. Oigo los gritos desesperados de los compañeros, la luz y el calor
se expanden y me doy cuenta de que fue la vencida, una lengua de fuego me
alcanza y comienza a devorarme, me encojo, hago burbujitas de poliuretano,
crujen los maderos y los palos secos debajo de nosotros, un golpe de brisa da
más bríos a las llamas, el fuego ahora me cubre todo, me derrito candente, me
vuelvo negro, peligrosamente burbujeante, me adhiero a los maderos y palos
secos y los obligo a quemarse y a hacer combustión de la misma forma que a mí
me obligaron a quemarme y a hacer combustión, y así yo también me convierto en
Superior, pues estoy haciendo daño a otros. Sí, esa fue mi transformación: De
víctima a victimario.
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