Cuento que formará parte de 'Burbujas en el tiempo'
de la autoría de Patricia Báez M.
de la autoría de Patricia Báez M.
-Pues, vale, me
parece fenomenal que nos tomemos unos traguillos después de la conferencia y
así disipamos un poco todos los rollos del trabajo-.
Daniel cerró el
auricular del teléfono y se vistió impecable para el evento, no era para menos,
presentaría los resultados de diez años de investigación sobre la criogénesis. Corría
el mes de septiembre y ya hacía un poco de frío en la ciudad por lo que no
olvidó el sobretodo. Tomó un taxi a la salida del condominio y le indicó al
chofer que le llevara hasta la universidad estatal. Pagó con un billete de cien
y se desmontó; caminó por los jardines de la academia hasta acceder a los
pasillos. Al llegar a la explanada vio que habían fuera algunas personas: Buen
pronóstico (pensó). Le saludaron con admiración y respeto y al abrir la puerta,
le agradó aún más ver el salón lleno, estaban sus colegas, algunos amigos, y,
por supuesto, los periodistas, éstos cada vez más jóvenes y estúpidos.
-El estudio que
pretendo presentaros esta noche lo hemos titulado ‘El uso de la criogenia en la
neurociencia…’. Daniel, tras algunos titubeos, se montó sobre la experiencia de
su trabajo de varios años como un surfista se monta sobre la gran ola de su
vida, en principio temeroso y titubeante, pero luego relajado por el dominio de
la tabla sobre las aguas. Tras 49 minutos ante el micrófono y media hora más de
preguntas y repuestas, el público quedó más que satisfecho, pero no más que el
biotecnólogo.
Ey, Ricardo, ¿qué
te ha parecido el tema?
Fenomenal,
interesantísimo. Esperemos que ahora el Consejo Universitario no pueda seguir
ignorándote y te nombre coordinador de la cátedra de Biotecnología.
-Pues ya a mi me
importa un pepino lo que hagan esos huevones, me he cagado en su puta madre con
esta presentación. Allá ellos. Vámonos que si seguimos aquí se nos hará muy
tarde.
-Ven, mi coche está
en el aparcamiento del ala B-.
-Qué vas a tomar tú-.
-Lo de siempre: Vino-.
-Pues una copa de
vino y un coñac…No mires ahora hacia atrás, pero hay un par de chicas que desde
que llegamos están mirando hacia esta mesa-
-Ah, no me interesa-.
-Pues qué te pasa,
chaval, no me digas que te vas a declarar marica-.
-Para nada. Solo
que solo me interesa el sexo de forma casual, sin preámbulos medievales ni
compromisos-.
-¿Y qué ha sido de
Adriana?-
Había llegado el
momento de la pregunta inoportuna para los heridos de amor.
-Nada, no sé nada
de ella, sus libros siguen saliendo con la misma biografía de autor:
Aparentemente no hay nada nuevo-.
-Pero que eres
terco, ¿Por qué no le has llamado o te has inventado un encuentro fortuito? Con
tan buena sesera para pensar-
-¿Para qué?
-¿Cómo que para
qué? Para revivir para ver cómo reacciona, si se ha dado cuenta que te quiere,
si está sola-.
-¿Para qué quiero
yo un “encuentro fortuito” con una poeta que luego de romper conmigo no ha
escrito un solo poema sobre nuestra relación, sobre mí, sobre nuestro amor,
sobre nuestro perro, sobre nada?-
Su sangre se había
acelerado y sus mejillas y frente eran ya del color del arándano.
-¿Y cómo sabes si
no los ha escrito?-
-Pues si los ha
escrito, ha debido publicarlos-.
-Y a mi qué me
importa un pepino si me escribe a mi o al diablo, lo importante es que me
quiera, chaval, que me haga sentir bien y yo a ella-.
-Mira, Ricardo: Yo
no pasé por su vida, eso es lo que me dicen sus últimos libros. Ni en una
estúpida dedicatoria ha escrito ella mi nombre. No existí, no fui nada, esos
cinco años juntos no se merecen ni un título de uno de sus poemas-.
-Pues allá tú, a mi
me parece que te precipitas en las lecturas externas-.
Terminó de
transcurrir ese año sin novedad para él fuera de las conferencias y las
entrevistas en los medios de comunicación sobre los hallazgos de la
investigación. Una Navidad sin festejos, solo cumplir con su madre y hermana en
Nochebuena para que ambas quedaran complacidas en caso de que fuera el último
año de vida de la progenitora. Nostalgia por las navidades pasadas junto a
Adriana, por la decoración que a punta de amenazas le obligó a colocar –a
regaña dientes- en el árbol navideño y la puerta de la casa; las reuniones con
amigos, todos o casi todos en pareja, que provocaban en él esa sensación de
plenitud; el abrigo rojo que ella le tejió la primera Navidad juntos… En fin,
todo un rosario de recuerdos que era mejor retorcer entre las manos para no
verlo, para que no doliera más. Llegó a imaginarla en esos días. Unas veces la
pensó, como siempre: Risueña y feliz, entre amigos, familiares y, quizá, ¿Quién
sabe? Al lado de una nueva pareja, y le dolió en lo más profundo de su ser, a
lo que su cerebro hilvanó de inmediato otro pensamiento para contrarrestar el
aguijonazo. Ella quizá estaba sola en esos precisos momentos igual que él, tomándose una copa de vino y
leyendo alguna novela contemporánea recostada en el sofá, mientras con el
índice izquierdo se rizaba un mechón de su cabello recién lavado, señal de que
no estaba del todo relajada, de que algún pensamiento o sentimiento la
inquietaba.
La última noche de
ese año fue la más larga para él, pues sentado ante el computador escuchó el
enfrentamiento entre los equipos de música de sus vecinos del condominio y los
bocinazos de vehículos en la vía, también las risas y gritos y los consabidos
fuegos artificiales. Le molestó tanta y prolongada felicidad ajena, cuando
apenas a él le acompañaban el piso, los muebles y la computadora. Extrañó el
calor humano que tanto rechazó y que fue motivo de tantas discusiones.
Una de las primeras
mañanas del nuevo año, despertó junto a la certeza de que la buscaría, le
pediría perdón y que regresara a la casa. Se lanzó de la cama con la decisión
de su vida en los músculos. Mientras se bañaba y afeitaba pensaba a cuál de sus
amigos le pediría su nueva dirección y número de teléfono. No, mejor a su
editor. Sí, Carlos es la persona indicada para darme su ubicación. Se vistió
con ropa diferente a la que usaba habitualmente para ir a la universidad o al
laboratorio: Unos jeans negros, camisa azul, sweter blanco con rombos negros y
grises, sobretodo color camel y zapatos de gamuza a juego.
Bajó del piso y
entró a la barra por un café sin antes comprar el periódico, como de costumbre.
Esta vez no se sentó en la mesa de la esquina para dos, sino en la barra para
no perder tiempo en ceremonias de clase media. Se tomó un capuchino sin crema,
pagó con un billete y se retiró. Pasó por el quiosco de Paco abrochándose el
sobretodo por el frío y éste le tuvo que gritar para que reparara en el diario.
Pensó en seguir, pero no quiso hacerle el desaire al viejo veterano y
retrocedió tras sus pasos para tomar el Milenium entre sus manos, y mientras
sacaba unas monedas del sobretodo para pagar, sacudió el diario para ver los
titulares de la mitad superior de la primera plana. “Gobierno pacta con
productores de trigo”, “Acusan a juez Amorós de prevaricación”, y en la esquina
derecha superior: “Se suicida catedrática y deja carta para Daniel”. Un hueco
se instaló en su estómago, las piernas le fallaron, sintió que empezaba a
sudar, la saliva tenía un sabor diferente, algo así como plomo, y -casi a
tientas- pudo alcanzar la silla del viejo porque en ningún momento quitó la
vista del diario.
“Fue hallado sin
vida el cuerpo de la catedrática de literatura Adriana Dávalos, de 41 años…”.
En ese instante, lágrimas discretas empezaron a descender por sus mejillas,
mientras la incredulidad del evento lo empujaba a seguir leyendo. “… en su piso
de la calle Cervantes número 146. (Si hubiese investigado antes su dirección,
si la hubiese buscado, quizá la hubiese disuadido de esta locura, y estalló en
un llanto sonoro que acaparó la atención del viejo y la señora que le compraba
flores). “…Se presume que la autora de ‘Estatuas de sal’ se habría quitado la
vida al ingerir una sustancia aún no analizada por los peritos del Instituto de
Ciencias Forenses. Junto a la dama fue hallada una carta dirigida a Daniel”. No
soportó más y corrió echando chillidos de dolor hacia su apartamento, mientras
las manos temblaban y no le ayudaban para abrir la puerta.
Ya dentro, se sentó
al filo del sofá y continuó leyendo. La puerta aún seguía abierta.
“Amado Daniel:
Desde nuestra
separación han transcurrido exactamente dos años sin que en ese tiempo te hayas
dignado a saber de mí. Sé que fui yo quien tomó la decisión de irse del piso,
pero esperaba, aún contra la racionalidad por la que me fui, que me buscaras.
Eso nunca sucedió, y me partió el alma. Imagino que seguiste igual de ocupado
con tu investigación y no tuviste tiempo para echarme de menos. Lo entiendo. La
ciencia y los aportes a la humanidad están por encima de cualquier amor,
incluido el mío, que quizá no tuvo nada de especial.
Te felicito y me
alegro de que hayas logrado tu objetivo. Sé lo importante que era para ti esa
investigación.
No me aparté de ti porque
te había dejado de querer, como te dije. Esa fue la excusa más barata que hallé
de todas las que podía esgrimir en ese momento. Te amé y te amo hasta este
preciso instante en que he decidido quitarme la vida. No sé si existe la
eternidad, pero si existe y los amores migran, allá también te querré.
Fui diagnosticada
con un cáncer de seno muy agresivo y no quise empujarte conmigo a esta
desgracia. No creo tendrías tiempo para la universidad, la investigación y una
mujer enferma. Tampoco quería tu lástima. Eres tan ermitaño; no creo
soportarías el piso lleno de familiares y amigos que querrían verme en esos momentos
difíciles, por lo que estar cerca de mi familia me pareció la mejor opción.
Vine a mi provincia
tras el diagnóstico y estuve luchando, batallando con todas mis fuerzas, por
mí, por ti (aunque no lo supieras), pero
perdí la batalla. El cáncer ha hecho varias metástasis, y no deseo continuar ni
la radio ni la quimioterapia. Tampoco me voy a someter a una nueva cirugía. Lo
conversé con mis padres y ambos han aceptado mi decisión de partir de este
mundo con dignidad. De ellos me he despedido, pero de ti no.
Lamento que las
cosas no pudieran ser como alguna vez las planeamos. A pesar de los altos y
bajos, viví los mejores años de mi vida a tu lado, y en mis momentos de dolor
físico, me transportaba a ellos para revivirlo. Pude olerte, tocarte, sentirte,
dejarme tocar por la brisa en el ventanal de nuestro piso, oler el aroma del té
de manzanilla. Muchas veces caminé por nuestra casa mentalmente para aliviar el
dolor y el ardor. El poder de la mente es maravilloso. Deberías investigar
sobre ello.
Nuestro perro está
ahora con mi madre, esperando que lo recojas para irse contigo. Tiene las
mismas costumbres que le dimos, nada ha cambiado para él, excepto que no has
estado estos años. Con ella también te dejo el borrador de ‘Cartas sin
destino’, es mi último libro. Por favor, hazlo llegar a Carlos, él sabrá qué
hacer él.
No espero ni pido más
nada de ti, pues no sé si las almas existen, si te podré ver o escuchar si
alguna vez visitas mi tumba aquí en Aguas Claras; por lo tanto, no pediré nada
que caiga en el plano de las suposiciones. Me basta con lo vivido a tu lado,
con todo lo hermoso que me diste cuando se pudo, no importa si fue mucho o poco,
existió, fue real e irrepetible.
Te amé y te amo.
AD”.
* Este cuento formará parte de 'Burbujas en el tiempo', cuentos y poemas de la autoría de Patricia Báez.
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