Es mi deber recordarlo, en víspera de este domingo en que el Partido Revolucionario Dominicano habrá de reivindicarlo. Fue José Francisco Peña Gómez, en su obsesión por la democracia, quien instituyó en el PRD la votación universal, las primarias, para elegir nuestros dirigentes.
Con la certeza de que es la base del Partido – ese “voto duro” con que la metaforizó Ignacio Nova en un agudo artículo reciente - la que ejerce más ardiente y sanamente la política, Peña depositó en ella el absoluto derecho a escoger su dirigencia.
Confi aba en que los/las militantes votarían por los mejores, los que hubiesen compartido sus luchas, sus latidos de angustia, sus precariedades, también sus sueños, no en el “fl ash” de una campaña mercadológica, sino a lo largo de un involucramiento sostenido, comprobable, manifi esto.
Así quiso Peña Gómez. Deberíamos conservar esa fundamental columna de la democracia interna. Pero resulta que los partidos, el PRD no es excepción, no son entes abstractos, fl otantes islas incontaminadas dentro del océano de imperfecciones de sociedades a la deriva.
Formadas por seres humanos, por ciudadanos/ as que muchas veces no saben serlo, las organizaciones políticas reproducen, a veces producen por su cuenta, vicios, feas costumbres que en el medio proliferan, carcomiendo las convivencias deseables, eso que ahora llamamos “cohesión social”.
Los partidos, entonces, para exorcizar a lo interno esos demonios, y cumplir sin rubores excesivos su función de elemento esencial de la democracia, que presupone la inclusión, tienen el recurso de construir un sólido entramado ideológico, con normas éticas de las que emane la disciplina, no impuesta mecánicamente desde arriba, sino como fl or comprendida desde adentro.
Conferir a esos principios y a esas reglas el papel que en el pasado tuvieron liderazgos mesiánicos irrepetibles, como los de Juan Bosch y Peña Gómez, constituye un reto en el tránsito hacia la versión buena de la modernidad del sistema de partidos.
Asumido libre y conscientemente por los militantes, ese conjunto doctrinario- institucional obliga a cambios correctivos, a aprendizajes que reeduquen hábitos torcidos y creencias falsas adquiridas sobre todo desde que el neoliberalismo puso patas arriba el repertorio de certezas morales del mundo.
Por ejemplo, si un/a dominicano/a cualquiera decide inscribirse en el Partido Revolucionario Dominicano, habiendo postulado antes adhesión a Hayek o Freeman, en consecuencia a Maquiavelo, habrá de arrepentirse con “dolor de corazón y propósito de enmienda” como decimos los católicos, y abrazarse a través del estudio con Peña Gómez, ahí están sus obras, y con Bobbio, con Borja, con Guillermo Ungo, con las revistas Nueva Sociedad, tan plurales.
El aspirante a compañero deberá respetar el Estatuto del Partido en sus esencias, aceptando sin soberbias intelectuales que no caben en el socialismo democrático, que “la soberanía del partido reside en las bases”, frase inolvidable de Peña Gómez plasmada estatutariamente y que se concreta en la votación universal que nos iguala a todos/as los perredeístas en el control del poder de decidir quienes nos dirijan, y quienes nos representen.
Nadie debe llegar con arrogancia de intruso a romper esa regla de oro de la democracia y el respeto a las bases a las que honró y sirvió el Dr. Peña Gómez.
Nadie debe intentar, en primera persona o fungiendo cual Cardenal Richelieu de consejero de algún líder, sustraer a las bases su legítimo protagonismo, señalando “nimbados de Carlyle”, como opciones privilegiadas a priori.
El PRD es un partido con historia, con ideología, con estatutos.
Esos tres elementos confl uyen en el ejercicio de la democracia interna que eclosionó la multiplicidad de liderazgos que Peña Gómez auspició orgullosamente, entre los cuales el PRD cosechó a su actual presidente Miguel Vargas, un activo político valioso para retornar al poder en el 2012.
Estoy convencida de que ser como hemos sido, mantener la coherencia en los principios es la señal de identidad del PRD, y su mejor oferta a una sociedad llena de pobres ancestrales y pobres fabricados por las injustas políticas del gobierno peledeísta. Esa “soberanía de las bases”, promete y anuncia que en un gobierno perredeísta futuro trataremos con el mismo respeto y por igual los derechos de “los de abajo”, que son vecinos, amigos, compañeros de penas de nuestras bases.
Por eso, cuando percibo en mi partido alguna señal del clientelismo que copia del mercado sus compras de conciencia y de votos, o la imposición de “líneas” que verticalizan desnaturalizándolo el centralismo democrático, la memoria de Peña Gómez que vive en mi interior se subleva.
“El PRD para los nuevos tiempos”, ese lema estupendo, signifi ca un PRD que empina y reivindica sus valores, ahora más necesarios que nunca; la modernidad es como el sol, tiene luz pero también muchas sombras.
“El PRD para los nuevos tiempos”, ese lema estupendo, signifi ca un PRD que empina y reivindica sus valores, ahora más necesarios que nunca; la modernidad es como el sol, tiene luz pero también muchas sombras.
Alerto. Para los/las perredeístas, “hoy puede ser un gran día”, como canta Cortés, para dialogar tú a tú solamente con nuestra conciencia.
Y mañana también, si esa conciencia guía nuestras marcas en las boletas que deben parir la nueva dirección, elegida libérrimamente, del Partido Revolucionario Dominicano.
Tomado de la columna En Plural de El Listín Diario (26 de septiembre de 2009).
Post data: prefiero que me digan perredeísta y no dejar de publicar este hermoso artículo, que más que ayudar a la cohesión interna y a la estabilidad en el tiempo al PRD, lo que procura es la equilibrio del sistema de dominicano de partidos. !En hora buena!
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