sábado, 2 de enero de 2010

Aquella tarde con Mahogany



Eran los tiempos en que cursábamos el séptimo grado en el Liceo Francisco Gregorio Billini de Baní y que coincidencialmente a ambas nos compraron unos bultos -tipo maletín- para ir a clases. Ambas soñábamos ser médicos (ahora diríamos médicas) y nos decíamos de manera mutua y con picardía futurista: “colega”.


Esa tarde -no recuerdo la estación, ni el mes, ni el día- llegamos a la parada de la guagua de El Cañafistol, en el Mercado Municipal de Baní, donde también estaba y está la parada de los motoconchistas del mismo campo, y éstos nos dijeron que la guagua estaba dañada, cosa que no era difícil, pero los ignoramos porque decían esto con frecuencia siendo falso para que los estudiantes nos fuéramos con ellos, gastando hasta el triple de pasaje. Impertérritas, juntas a un compañerito del mismo curso y campo, nos mantuvimos en la parada, viendo cómo caía el sol en un cálido ocaso sureño.


Al tiempo, comenzamos a sospechar de que “nuestros amigos”, los motoconchistas, tenían razón y decidimos –por economía- irnos a pie para El Cañafistol, ignorando yo que en la parada habían allí dos de mis hermanas. Simplemente echamos a caminar, con los restrojos del sol aguijoneando nuestros ojos. Y al punto de llegar al cerro que divide a El Cañafistol de Baní, venía subiendo la guagua que no sé si no se detuvo porque estaba subiendo una pendiente. Les hicimos señas, Mahogany, el otro niño y yo, con la ilusión de montarnos en la guagua y tomar los mejores asientos para regresar a casa.


Nada.


Cuando vi desaparecer el parachoques trasero del transporte de mi vista, no quise ni imaginármelo de regreso repleto de estudiantes que nos vociferarían. Empezamos a correr. Pero alcancé a ver unas gomas de motores y les dije a los chicos que las tomáramos para impulsarlas con unos palitos y así correr más rápido, pues la presión de ir golpeando el neumático nos mantendría siempre a buen ritmo, y así lo hicimos. Sin embargo, a escasos minutos de iniciar la estrategia, el niño, que no recuerdo su nombre, nos dijo que por ahí (por esos matorrales de bayahonda) salía un viejo que violaba a las niñas, y de inmediato puso el turbo y nos dejó atrás, solas y asustadas. Pero mi nombre es Patricia.


Ahora se sumaba un nuevo elemento a nuestro impulso por llegar al poblado: evitar ser violadas, porque en aquella soledad, atardeciendo, desamparadas en la más árida de las orfandades, con apenas doce años, las explicaciones de que el niño solo quería asustarnos, no bastan.


Parecíamos que jugábamos pero huíamos de la burla y del temor a un violador, que encima de todo era un viejo, y también buscábamos sin éxito el amparo de aquel niño que nos abandonó sin justificación ni explicación, a pesar de ser “nuestro amigo”.


Por fortuna y fuerza, cuando tomamos la orilla de la regola que acortaba el camino hacia nuestras casas, fue que vimos pasar a lo lejos la guagua por el camino principal, con mis hermanas mayores incluidas. Seguimos corriendo pero con más pausa, estábamos más cerca y empezamos a sentir esperanzas, pero aún no estábamos a salvo de ser violadas. Las bayahondas y sus historias silenciosas aún nos vigilaban.


Cuando llegábamos al puentecito para entrar a la campestre casa en que vivíamos, nos interceptaron mis hermanas, frescas y enérgicas. Llegamos juntas las tres a la casa; para mi fue una victoria. Mami nunca supo de mi experiencia, al menos eso creo. La libertad es un concepto muy arraigado en mi familia, que en algunos momentos ha servido para bien y en otros para mal. Fue una vivencia única: de arrojo, valentía, supervivencia, que nunca olvidaré, no sé si Mahogany lo habrá olvidado.


Ah, por cierto, ninguna de las dos somos médicas.



Post data: Inspirado por una imagen que envió Gerald Pérez por Facebook, la cual ilustra esta feliz memoria.


3 comentarios:

Sheila dijo...

No pudes dejar de reconocer que tú eras medio "tiguera" en tu niñez y adolescencia, y que sólo a ti se te ocurrian ciertas ideas geniales. Ja ja ja.

Leopoldo dijo...

Hermoso relato, electrizante memoria!

Anónimo dijo...

Hermosa historia y francamente presentarla como evidencia.en tu contra en la.fiscalia solo muestra la bajeza de quien lo hizo.
Oh cielos, no desmayes Patricia,sigue firme,eres madre,venceras.