¿Qué es la perfección? Es el
orden decretado por otro u otros que nos transforma en resortes, listos a
saltar en cuento algo no se ajusta a ese orden. Un modelo personalizado a
imitar; generalmente, cuando decidimos ser perfectos imitamos a alguien que
representa para nosotros el progreso. Es la espina que sentimos cuando el sofá
no está en el preciso lugar, cuando una taza de café -en segundo o tercer
plano- nos inoportuna la lectura, y la interrumpimos para llevarla a su lugar y
así lograr la concentración deseada. Es frágil la perfección, está
constantemente amenazada.
¿Qué es el caos? Es el detritus
de la vida misma, corre en paralelo junto a ella. Son las palabras inoportunas
e hirientes de una conversación, la relación pasada que dejamos percolar en
nuestra vida presente, la sensible agenda mental, los restos de una jornada de
trabajo en el escritorio o la habitación de una mujer que salió a trabajar sin
hacer la cama y antes se probó cuatro vestidos. Nos persigue como la luna
cuando niños. Es la vida misma, el ser. No es posible la vida sin el caos, y su
alter ego, cual inquisidor, la persigue, nos persigue, hasta hacernos añicos;
con su dedo acusador nos convierte en niños y niñas “sin costumbre”.
Perfección y caos,
caos y perfección, nos inspira a la elegía entre El bien y El mal. ¿Qué somos ante esta disyuntiva que
amenaza la psiquis? Le he dado en llamar ‘Caos perfecto’. Es posible vivir en un caos entendible, manejable,
amigable, controlado más no limitado, pues el límite es íntimo de la
perfección. Aquello perfecto es de forma autoritaria blanco o negro; el caos, no; siempre joven,
resuelto, rebelde, juega a crear una paleta de colores con apenas dos: Blanco
sucio, gris claro, gris, gris intenso, y etcétera de los etcéteras.
Imaginemos un balón
o pelota pequeña, una mitad es blanca y la otra negra. Y ahora, como gatitos y
gatitas juguetones, descansemos sobre nuestras espaldas y con las patitas
empecemos a revolotear la pelota entre éstas. Verán que en algún momento las
patitas están tocando solo la parte blanca, en otro la parte negra y en otro,
ambas partes. Ni se puede vivir en el
completo caos ni en la completa perfección, debe encontrarse un equilibrio,
el que nos permita cumplir las obligaciones siendo felices, pero ante todo
normales, cuerdos, en orden pero dados a la plasticidad.
Ahora bien,
definitivamente no todo en la vida, aunque sea posible es lícito y provechoso,
es decir, algunas veces se habrá de
llamar a uno de los guardianes de la perfección -siempre prestos a actuar-, para detener aquellos especimenes
contaminantes de la mente, el cuerpo y el espíritu que se disfrazan de caos e
intentan entrar a nuestras vidas con el objetivo de destruirla. Determinar
cuáles son esos especimenes contaminantes es labor personal.
La armonía y
colaboración entre el caos y la perfección es posible, solo que somos nosotros
quienes debemos constituirnos en gerentes de esa relación, de tal suerte que
utilicemos a ambos antagónicos de la conducta en nuestro beneficio y no
permitamos ser presa de ninguno de ellos.
Patricia Báez Martínez
13 de diciembre de 2014
13 de diciembre de 2014
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