martes, 16 de diciembre de 2014

Caos perfecto


¿Qué es la perfección? Es el orden decretado por otro u otros que nos transforma en resortes, listos a saltar en cuento algo no se ajusta a ese orden. Un modelo personalizado a imitar; generalmente, cuando decidimos ser perfectos imitamos a alguien que representa para nosotros el progreso. Es la espina que sentimos cuando el sofá no está en el preciso lugar, cuando una taza de café -en segundo o tercer plano- nos inoportuna la lectura, y la interrumpimos para llevarla a su lugar y así lograr la concentración deseada. Es frágil la perfección, está constantemente amenazada.

¿Qué es el caos? Es el detritus de la vida misma, corre en paralelo junto a ella. Son las palabras inoportunas e hirientes de una conversación, la relación pasada que dejamos percolar en nuestra vida presente, la sensible agenda mental, los restos de una jornada de trabajo en el escritorio o la habitación de una mujer que salió a trabajar sin hacer la cama y antes se probó cuatro vestidos. Nos persigue como la luna cuando niños. Es la vida misma, el ser. No es posible la vida sin el caos, y su alter ego, cual inquisidor, la persigue, nos persigue, hasta hacernos añicos; con su dedo acusador nos convierte en niños y niñas “sin costumbre”.  

Perfección y caos, caos y perfección, nos inspira a la elegía entre El bien y El mal. ¿Qué somos ante esta disyuntiva que amenaza la psiquis? Le he dado en llamar ‘Caos perfecto’. Es posible vivir en un caos entendible, manejable, amigable, controlado más no limitado, pues el límite es íntimo de la perfección. Aquello perfecto es de forma autoritaria  blanco o negro; el caos, no; siempre joven, resuelto, rebelde, juega a crear una paleta de colores con apenas dos: Blanco sucio, gris claro, gris, gris intenso, y etcétera de los etcéteras.

Imaginemos un balón o pelota pequeña, una mitad es blanca y la otra negra. Y ahora, como gatitos y gatitas juguetones, descansemos sobre nuestras espaldas y con las patitas empecemos a revolotear la pelota entre éstas. Verán que en algún momento las patitas están tocando solo la parte blanca, en otro la parte negra y en otro, ambas partes. Ni se puede vivir en el completo caos ni en la completa perfección, debe encontrarse un equilibrio, el que nos permita cumplir las obligaciones siendo felices, pero ante todo normales, cuerdos, en orden pero dados a la plasticidad.

Ahora bien, definitivamente no todo en la vida, aunque sea posible es lícito y provechoso, es decir,  algunas veces se habrá de llamar a uno de los guardianes de la perfección -siempre prestos a actuar-,  para detener aquellos especimenes contaminantes de la mente, el cuerpo y el espíritu que se disfrazan de caos e intentan entrar a nuestras vidas con el objetivo de destruirla. Determinar cuáles son esos especimenes contaminantes es labor personal.

La armonía y colaboración entre el caos y la perfección es posible, solo que somos nosotros quienes debemos constituirnos en  gerentes de esa relación, de tal suerte que utilicemos a ambos antagónicos de la conducta en nuestro beneficio y no permitamos ser presa de ninguno de ellos.  


Patricia Báez Martínez
13 de diciembre de 2014

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