martes, 16 de diciembre de 2014

Burla en tiempo de paz


Ayer estaba el mocoso burlándose una vez más de mí. Asomó a la puerta de mi negocio su cabecita deformada y me voceó melodiosamente: “Abacero, abacero”, y se sacó la lengua para colorear la burla. Diariamente hace lo mismo, siempre en horas de la mañana, cuando me desesan las preocupaciones. Hay escasez de papa, ajo, cebolla, arroz, bacalao, pasta de tomate, azúcar, etcétera, etcétera; pero sí hay abundancia de burlas, desprecios, etcétera, etcétera. Eso he notado. ¡Y ese muchacho burlándose de mi! Hoy hace quince días que se inició la burla. Aquí escondido cerca de la puerta lo estoy esperando. Le pondré punto final a esta situación. No resisto que el mocoso continúe diciéndome “abacero, abacero”; soy capaz de cortarle la lengua. Tal vez es mandado por alguien que me desprecia, alguien que quiere irritarme y ridiculizarme en este negocio lleno de ausencia de clientes. Pero ya está bueno… Ahí viene…
                          
Ayer le pegué fuerte, le caí a manotazos, quise comérmelo vivo. Nadie lo enviaba a mofarse de mí, eso me dijo gritando lastimosamente… Si vuelve a decirme “abacero, abacero”, no sé lo que haré… Es que los abaceros venden, los pulperos no. Mejor no esperaré a que me lo repita.

Acabo de clausurar el negocio para comerme lo que me queda. Luego me moriré tranquilo.

El hombre agonizaba echado sobre el mostrador. Tenía en el pecho la balanza, le servía de crucifijo, y él agarraba su crucifijo. Y con voz de ultratumba dijo sus últimas palabras: “Yo no soy abacero, era pulpero, pulpero de un país rico hundido en la miseria”.

Juan R. Quiñones
Letra Grande, año 1, número 8, septiembre de 1980.


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