Ayer estaba el
mocoso burlándose una vez más de mí. Asomó a la puerta de mi negocio su
cabecita deformada y me voceó melodiosamente: “Abacero, abacero”, y se sacó la
lengua para colorear la burla. Diariamente hace lo mismo, siempre en horas de
la mañana, cuando me desesan las preocupaciones. Hay escasez de papa, ajo,
cebolla, arroz, bacalao, pasta de tomate, azúcar, etcétera, etcétera; pero sí
hay abundancia de burlas, desprecios, etcétera, etcétera. Eso he notado. ¡Y ese
muchacho burlándose de mi! Hoy hace quince días que se inició la burla. Aquí
escondido cerca de la puerta lo estoy esperando. Le pondré punto final a esta
situación. No resisto que el mocoso continúe diciéndome “abacero, abacero”; soy
capaz de cortarle la lengua. Tal vez es mandado por alguien que me desprecia,
alguien que quiere irritarme y ridiculizarme en este negocio lleno de ausencia
de clientes. Pero ya está bueno… Ahí viene…
Ayer le pegué
fuerte, le caí a manotazos, quise comérmelo vivo. Nadie lo enviaba a mofarse de
mí, eso me dijo gritando lastimosamente… Si vuelve a decirme “abacero,
abacero”, no sé lo que haré… Es que los abaceros venden, los pulperos no. Mejor
no esperaré a que me lo repita.
Acabo de clausurar
el negocio para comerme lo que me queda. Luego me moriré tranquilo.
El hombre agonizaba
echado sobre el mostrador. Tenía en el pecho la balanza, le servía de
crucifijo, y él agarraba su crucifijo. Y con voz de ultratumba dijo sus últimas
palabras: “Yo no soy abacero, era pulpero, pulpero de un país rico hundido en
la miseria”.
Juan R. Quiñones
Letra Grande, año 1, número 8, septiembre de 1980.
Letra Grande, año 1, número 8, septiembre de 1980.
No hay comentarios:
Publicar un comentario