Por Patricia Báez Martínez
Con apenas cinco años en vigencia cuenta
nuestra Carta Magna. Es una niña, como todas nuestras cartas Sustantivas a la
hora de ser profanadas. La costumbre hace ley, sin embargo, los avances
políticos, sociales y económicos se imponen y deben, al menos, promover cambios
en la cultura política. No vivimos en la era del trueque, sino de las
transferencias bancarias, y estamos contestes con ese cambio, como debemos
estar todos de acuerdo en respetar nuestro gran pacto social, la Constitución,
libro que consagra nuestros derechos, pero también nuestros deberes. Nos
protege y a la vez nos conmina u obliga.
Nada es perfecto, incluida la Constitución de
2010 a la que nos referimos. Ella también tiene sus áreas imprecisas: ambiguas,
grises, multi interpretativas. Algunas quizá fruto de la ignorancia e
ingenuidad de los legisladores, otras totalmente deliberadas. Es muy probable,
que la frase “la necesidad de la reforma constitucional” de los artículos 270 y
271 de nuestra Constitución, forme parte de ese grupo de zonas ambiguas,
plasmadas allí con alevosía por quienes nos representan.
¿Qué es necesidad? Entre las diferentes
acepciones que brinda la Real Academia Española, se encuentra esta: “Especial riesgo o peligro que se padece, y
en que se necesita pronto auxilio”, y es la que más se aproxima al contexto
de esta palabra en los artículos antes mencionados. Es decir, que para que el
Congreso Nacional apruebe una ley que declare la necesidad de reformar la Constitución
debe existir una necesidad, cuya causa es un riesgo o peligro.
No existe riesgo o peligro para la soberanía,
para el Estado en sí, para el Estado Social, Democrático y de Derechos,
etcétera, que justifique una reforma a la Carta Magna, en especial si la ley
que declara tal necesidad es contraria a los propios preceptos constitucionales
que prohíben la reelección consecutiva.
¿Por qué no existe necesidad de reforma constitucional?
Porque dentro del propio partido oficial hay varios aspirantes a la nominación
presidencial, porque en el espectro de la oposición, el PRD y el PRM tienen sus
candidatos definidos, y los partidos minoritarios también están haciendo lo
suyo para elegir sus candidatos a dirigir los destinos de la nación. Es más,
este proceso electoral cuenta con la novedad de una plataforma política
opositora denominada La Convergencia, es decir, que existe amplio interés en
mantener la continuidad del sistema democrático-electoral. Pero sobre todo,
ninguno de los precandidatos y candidatos, oficialistas y de la oposición,
significa peligro para el sistema democrático impuesto por el hegemon. Todos
los candidatos y precandidatos potables van desde un diluido centro hasta la
extrema derecha.
“Danilo es popular”: ¿Y?, ¿Se traduce esto en
necesidad de reforma constitucional?, ¿Es siempre vinculante la popularidad de
un presidente con la reelección? No. Todo depende de las reglas del juego, de la
Constitución, de la voluntad del presidente en cuestión y de los niveles de
institucionalidad del país, que son bastante bajos, por no decir inexistentes.
Que Danilo Medina sea muy popular, lo que es
razonable para una gestión sin oposición durante tres años, no significa que su
sucesor no pueda ser igual o más popular que él -si la divisa más importante de
un presidente fuera la popularidad-. Ojalá y la divisa fuera que Danilo es un
buen presidente; enunciado discutible. Antes
de hacer una apuesta en ese sentido, es preferible elucubrar que cualquiera que
suceda a Leonel Fernández -hasta el Diablo
que se enfrentó a Hipólito en una encuesta en 2004-, con tomar dos o tres
medidas populares, escuchar y hablar con la gente de a pie, y dar un poco de
muestra de austeridad, es suficiente para generar un aura de bondad a su
alrededor, y, como ya dijimos, sin oposición: La reelección tomaría entonces
forma de supositorio.
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