que primero coqueta y locuaz,
montó sobre un corcel bayo,
y se despidió sin voces ni letras.
Acaricié las escasas estrellas
como a las cuentas de un Ave María inconcluso,
y las nubes danzaron -castañuelas en mano-
junto a la Eva nocturna.
¡Silencio! ¡Silencio!
Gritó desde el suelo el búho
a la bulliciosa chicharra
de movimientos embriagada en la rama.
Gritó desde el suelo el búho
a la bulliciosa chicharra
de movimientos embriagada en la rama.
Los silbidos de un ave presagiaron la oscuridad:
durmió mortecina la luna,
abrazadas las pestañas,
insomnes las palabras.
durmió mortecina la luna,
abrazadas las pestañas,
insomnes las palabras.
Mas tu cuerpo no estaba junto al mío.
2 comentarios:
La luna es una imagen que se reitera en la naciente poesía de Patricia Báez. Es como la leche y el caballo en la cinematografía de Tarkovsky; o como el agua y la tierra en la poesía de Neruda. No es extraño que el lector se pregunte: ¿pero por qué la luna? Al parecer, la luna para Patricia proyecta sus propias dualidades, sus propias ausencias, internas y externas, expresadas en sus versos y sintetizadas en esa luna hermanada con la oscuridad, con la ausencia, el silencio y la pasión presentida. Con este poema, de hecho uno de mis favoritos, la poeta sigue hilvanando, cual hilo de Ariadna, sus complicidades y desencuentros con ese reino de lo lunar, de lo claro y lo oscuro, de la luz y la noche, del día y la eternidad.
La luna, Jaguar, es un astro hermoso. De pequeños, nos sigue; luego nos abre las puertas al amor; también nos habla de los ciclos de la vida, de los ciclos de nosotras las mujeres; del misterio, de su oscuridad infinita. En ella se refleja nuestro planeta, es como un gran espejo. Ella siempre está cuando miro al cielo de noche buscando una respuesta, tan infinita como el viaje que emprendo hacia ella. Adoro a la luna. Pensándolo bien, deber ser bonito como nombre propio: Luna.
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